Se encontraron por primera y única vez, las estaciones del año. Habló la primavera, coqueta y perfumada y dijo ser la más importante, ya que daba belleza y alegría al mundo. Ardiente, contestó el verano, quien agregó que sus frutos eran de mayor valor, pues alimentaban y contenían las semillas que darían nuevos dones. Más sereno, el otoño, hizo conocer su trabajo silencioso que limpia y prepara las simientes y entibia el aire de los campos. Y le tocó el turno al pobre invierno, criticado por todos, por su frialdad, su color opaco y su tristeza. Y dijo: ¿Saben ustedes que mi oscuridad beneficia al sueño de las semillitas? ¿Qué mi temperatura detiene la sabia y la prepara para que alimente mejor a los rebaños?¿Y que mi tristeza es el revés por el cual resaltan la belleza y alegría de loas otras estaciones? Todas enmudecieron y al meditar llegaron a darse cuenta que cada una, hasta el invierno, eran importantes, pues si una sola faltara, se rompería la ronda que ellas forman alrededor del mundo en la danza que cada año repiten.
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